Una de tantas noches bajo el cielo estrellado, se separó del resto del grupo, tomó su mágico tesoro y caminó haciendo brecha entre bosques y matorrales, su guardián era una espada robada a un soldado despistado. Cargar con las joyas y ocultarlas durante tanto tiempo la obligó a emprender esta nueva aventura en busca de tranquilidad y un nuevo hogar. Caminó largas jornadas durante las que pavos, conejos y hasta lagartijas fueron parte de su dieta, el agua no faltaba entre tantos manantiales y riachuelos. Pero su alimento favorito era un fruto de piel marrón, con carne color barro y un corazón negro y brilloso. El territorio estaba repleto de árboles cargados con el delicioso fruto y rebosantes de aves de diversos colores con preciosos cantos.
“Tulul: fruto de piel marrón, con carne color barro y un corazón negro y brilloso” |
Una mañana, sus ojos recién abiertos se ensancharon al máximo y su corazón latió como tambor de guerra. Un grupo de personas la miraban, atónitos ante su presencia y su extraña vestimenta, una falda larga de tela delgada y brillosa y mangas anchas con bordados exóticos. El acercamiento fue cauteloso y confuso con un grupo de mujeres que regresaba de recolectar agua. Mei hablaba y ellas le respondían en un idioma extraño, incomprensible. No hubo temor ni violencia, sólo extrañeza y curiosidad. Luego de muchas palabras y señas la extranjera se unió al grupo de mujeres rumbo a una aldea cercana.
Pasaron los días y entre los lugareños y la forastera creció una relación amistosa. Hombres y mujeres eran amables, eran compasivos con los animales y respetuosos de la naturaleza. Mei poco a poco aprendía el idioma y la cultura. Cambió sus finos ropajes por una cómoda vestimenta de algodón que le ayudaba a soportar el sofocante calor. El lugar en donde estaba la pequeña aldea se llamaba “Patulul”, según le explicaron por la abundancia de los frutos color barro: El “Tulul”.


Algunos meses después, mientras Mei y el resto de mujeres estaba en el río, logró comprender que no muy lejos de allí había un hermoso lago de agua cristalina con un clima templado y agradable. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue que allí se hallaba un sitio sagrado llamado “Qabouil Abah”, que significaba “La piedra del dios”, un sitio venerado pero también prohibido, en donde nadie podía vivir. Parecía el lugar perfecto para las joyas, podría ocultar su valioso secreto en donde nadie lo encontraría y finalmente descansar.
“Patulul: aldea en donde abundan los frutos color barro llamado Tulul.” |
Así que una vez más decidió partir. Se despidió de sus amigos con la promesa de volver luego de cumplir con su sagrada misión. Esta vez no tuvo que caminar demasiado. En pocos días Mei descubrió el paisaje más hermoso que sus ojos verían en esta vida. La joven mujer que cruzó el océano huyendo, miró hacia abajo y se encontró parada ante el amor de Shangdi “el creador” hecho paisaje. El cielo parecía haberse impregnado en la superficie de aquel hermoso cuerpo de agua calma, nubes albinas y alrededor, como abrazándose para conservar aquella hermosa pintura celestial, tres asombrosos volcanes imponentes y serenos. De los ojos de Mei brotaron lágrimas de fascinación y agradecimiento.
Género literario: narrativo: cuento corto

Danilo A. Alvarez Castillo
Guatemalteco. Médico veterinario e investigador. Amante entusiasta de la escritura.
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