Tres Lágrimas (cuento corto 3/3)

La guardiana divisó varios poblados a la orilla del precioso lago. Descendió de la colina en busca de alguien que le indicara cómo llegar a “Qabouil Abah”. Encontró algunos lugareños que amablemente le señalaron el lugar sagrado. Era un curioso cerro que asemejaba a un volcán en ciernes y daba la impresión de ocultar algo bajo un manto verde, dispuesto secretamente por un dios aldeano.

 

Debía caminar un largo trecho o atravesar el lago. Usando como moneda los tulules que le quedaban para alimentarse durante el viaje, logró convencer a uno de los decepcionados pescadores, que ante la falta de suerte en la pesca matutina, decidió llevarla en su canoa al mágico montículo. El pequeño bote se mecía ante el suave y pacífico oleaje, una refrescante brisa soplaba, mientras el sol iniciaba el camino de vuelta al nido. Antes de abandonarlo para siempre, Mei decidió dar un vistazo a su amado tesoro, así que sacó las tres joyas y las observó detenidamente, las piedras brillaban refulgentes ante el sol ambarino de la tarde. Justo antes de guardarlas de nuevo en su bolso, un grupo de patos que descansaba flotando en el lago irrumpió la paz alzando el vuelo alteradamente. Poc, Poc, Poc, gritaba el pescador, mientras Mei con un acto reflejo se sostuvo precipitadamente de la orilla de la canoa.

 

En la accidentada maniobra una de las gemas salió volando de la mano de Mei, que sólo logró ver un destello azulado que se zambullía en las oscuras aguas. La joya de la unión se había perdido para siempre. La joven no se había recuperado de su asombro cuando un rabioso viento empezó a azotar el lago, y con él a la frágil canoa. El pescador boquiabierto ante la extraña escena y sorprendido por los aires huracanados, empezó a remar aceleradamente hacia la orilla, sus manos parecían multiplicarse ante el miedo de caer al agua estando aún tan lejos de la orilla. La pequeña canoa resistió los poderosos embates del viento y alcanzó la orilla justo cerca de las faldas del cerro sagrado. Asustado, el pescador salió huyendo al tocar tierra, alejándose mientras le gritaba a Mei que era una mujer mala y que había hechizado al lago con sus extrañas piedras.

Mei se preguntó si no hubiese sido mejor lanzar el resto de las joyas al lago, pero ya era tarde, no quería arriesgarse de nuevo, así que siguió con el plan de ocultarlas en el cerro. Subió a la punta del montículo, y en medio de la absoluta soledad, cavó un agujero profundo en donde depositó las gemas del color y la textura. Al terminar elevó su cabeza para observar el paisaje, un hermoso arco iris surcaba el cielo, llenando de color la hermosa vista. Mei estaba en paz. Se limpió las manos llenas de tierra en sus ropas blancas de algodón y empezó el camino de vuelta a su nuevo hogar. Al llegar a la aldea fue recibida por todos, la abrazaban y sorprendidos tocaban su hermoso vestido, sus blancos ropajes ahora estaban ataviados de fascinantes tejidos, llenos de magníficos colores.

Danilo A. Alvarez Castillo

Danilo A. Alvarez Castillo

Guatemalteco. Médico veterinario e investigador. Amante entusiasta de la escritura.

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